jueves, 26 de mayo de 2011

La necesidad de un Pacto político en defensa de la Democracia peruana


 
 
Si algo enseña la historia universal es que por lo general los movimientos fascistas y totalitarios han hecho uso de la legalidad democrática para una vez alcanzados los resortes del Estado, implementar un conjunto de medidas negadoras del control del poder, la transparencia, la defensa de la persona e intangibilidad de los fondos públicos. Ello ha ocurrido porque la indecisión, inercia y apatía hicieron presa en el sistema político. Desde dicha perspectiva, el marasmo en que han incurrido los partidos políticos siempre ha sido el caldo de cultivo en el cual han prosperado las tendencias autoritarias.
Asimismo, independientemente de su pelaje y/o color ideológico, todas las tendencias autoritarias son hermanas en su común rechazo y desprecio hacia la democracia y la idea de control y protección de los derechos que la misma conlleva. Los autoritarismos al amparo de las deficiencias sociales de la democracia, ofrecen solución, recalcando siempre que ellos son “la verdadera democracia”, la “democracia real” en oposición a la motejada como democracia legalista o formal. El discurso siempre es el mismo, y la resultante final también: el único ascenso social que generan los autoritarismos es el de los burócratas, validos y paniaguados que viven a expensas de su propio país, al cual saquean, cual plaga de langostas y al mismo tiempo, en vez de solucionar radicalmente los problemas de las masas a las cuales dicen representar, ofrecen una indigna prolongación de populismo y asistencialismo para someterlos por un nefasto intercambio de apoyo a cambio de lentejas y gestos efectistas.
En nuestro país existe el riesgo patente del regreso del autoritarismo al amparo de las deficientes y mediocres figuras que la democracia ha generado y que no supieron estar a la altura del verdadero desafío, que no consistía en ganar un proceso electoral, sino en preservar la democracia.
Sin embargo, dicho fracaso no es una derrota definitiva, puesto que nuestra historia nos debe hacer lúcidos sobre las graves consecuencias que traería un autoritarismo disfrazado con el manto de falsa legitimidad que otorgan unos votos. La legitimidad ¿En qué consiste? ¿Es solo un chamullo o existe como un tangible elemento de cohesión y proyección de la existencia de la comunidad política?
 
Mientras que la legalidad consiste en la vigencia de las normas en tanto las mismas expresan y consolidan la convivencia pacífica en el marco del Estado democrático de Derecho, la legitimidad alude a algo más esencial, que es el conjunto de creencias que sostienen y justifican a la actuación del poder en el devenir cotidiano. La historia nos ha enseñado que los autoritarismos privilegian el legalismo o apego a la ley para al mismo tiempo, violar la legitimidad democrática. Se fomenta el apego a las normas y se desentienden de las concretas demandas de control, transparencia, vigencia de la buena fe y ética en la gestión pública y preservación de las libertades públicas.
Es así que todo autoritarismo busca generar su propio Estado de Derecho, para así consolidar una legalidad que legitime el estropicio. No en vano Fujimori  hizo aprobar su Constitución y hoy busca ello el humalismo. La receta es pues, conocida y reiterada: se trata de forzar un nuevo orden jurídico y político para dejar a la democracia vacía de contenido, como un cascarón inútil al amparo del cual se cobijan las arbitrariedades. Ello no es teoría, es historia, historia nuestra y de nuestros países hermanos. Dichos intentos siempre llegan acompañados por su consustancial ingrediente que es la mentira: la mentira como política, la mentira como estrategia, la mentira como insumo y como material reciclado en el cual se educan las generaciones venideras para así permitir al usufructuario de turno vivir en la mentira de la unanimidad y mesianismo.
Otra cosa que también nos enseña la historia es que las dictaduras ansían la paz: la paz del silencio y la mordaza, la paz que implique la subordinación de la libertad de conciencia y de expresión, paz que necesitan los autoritarismos para ahogar toda señal de protesta o cuestionamiento, pues frente a la barbarie siempre existe la capacidad de indignación humana, la cual es permanente y creciente. Mientras que en democracia la prensa expone los múltiples conflictos que se dan en la sociedad por los diversos intereses que la pueblan, en los autoritarismos se busca generar la idea que no existe disidencia. Mientras en democracia la oposición y conflictos llegan hasta el exceso del insulto y difamación, en los autoritarismos solo existe un discurso monocorde: nadie critica, todos felices y satisfechos con la “nueva república”, la “auténtica democracia” de gentes satisfechas y al mismo tiempo, sometidas.
 
Encontramos que se ha instalado en el seno del sistema político peruano la amenaza de la instalación de un régimen autoritario, corrupto y populista, caracteres que comparten las dos vertientes finalistas del certamen electoral profesan y proclaman metas y fines abiertamente contrarios a la democracia. De un modo esencial el humalismo y el fujimorismo son contestatarios del Estado democrático de Derecho, del principio de separación de poder como medio de impedir la arbitrariedad y por tanto, opuestos a la plena vigencia de los derechos fundamentales al pretender manipular y segar el ejercicio de la libertad de expresión. No en vano la población peruana los ha identificado como las dos tendencias más desdeñables de entre las opciones existentes, y el que ocupen el lugar expectante no obedece sino a los desacuerdos e inexistencia de una visión política en los demás candidatos de la órbita democrática.
 
Ahora bien ¿La democracia puede reaccionar? ¿Es que acaso lo hemos perdido todo?
 
El gesto de PPK de proponer un pacto basado en una agenda de seis puntos, lo refleja como un auténtico político nacionalista, que formula e interpela al conjunto de participantes del proceso electoral en pos de la necesidad de arribar a un consenso alrededor de puntos ineludibles respecto al futuro del sistema político y de la Sociedad peruana.  El gesto que ha tenido PPK es el correcto: no es posible que los partidos hagan intentos de acercamiento y convalidación con los enemigos de la democracia si es que de modo previo no se ha definido un conjunto de temas cruciales para la ciudadanía. Ello es impostergable si reconocemos que un partido o grupo político no se debe tanto a sus adherentes como a la lealtad que demanda el texto constitucional y a la idea de legitimidad democrática subyacente. Es por ello que antes de arribar a acuerdo alguno lo que deben hacer los partidos es fijar una agenda democrática, agenda que sintonice con la necesidad de defender nuestro precaria pero al mismo tiempo valiosa democracia, puesto que una vez perdida la libertad, ya lo demás carece de sentido alguno.
 
Se destacan de PPK la capacidad de poder ver lo que el sistema político y la nación peruana necesitan, y sobre todo, el sentido de la oportunidad para formularlos: es ahora o nunca. No existe un después. Por su importancia, los transcribo. Son los siguientes:
 
1.- Respeto a la Constitución y rechazo a cualquier intento de perpetuación en el poder.
2.- Deslinde claro contra la corrupción del pasado.
3.- Rechazo a la impunidad a los que cometieron delitos de lesa humanidad en el pasado.
4.- Apoyo incondicional a la libertad de expresión y a los Derechos Humanos.
5.- Promoción del Desarrollo económico para todos los habitantes y regiones del Perú.
6.- Garantizar una economía de mercado con apoyo estatal y privado para mejorar la calidad de vida de los más necesitados.
 
Lo trascendental de la agenda que se propone, no es quién lo haya escrito, sino las implicaciones ínsitas en la misma. Aunque no haya redactado de propia mano la agenda, el gesto que ha tenido PPK lo pinta de cuerpo entero en los momentos en que el país lo necesita: nos encontramos frente a un auténtico peruano, pues ha colocado el dedo en la llaga: no es posible que por el solo hecho de estar en la final electoral, quienquiera que salga elegido pretenda obviar el hecho del claro rechazo al riesgo que representa para la democracia y sociedad peruanas. La democracia tiene el derecho de exigir todo cuanto ella crea pertinente para esclarecer las determinantes por las cuales discurrirá la actividad política durante el próximo lustro. Sólo quien se compromete con una declaración de tales alcances puede reclamar para sí el título del ser peruano, pues de modo tan claro vincula su persona con auténticas demandas de la Sociedad peruana.
 
Los ejes del pacto son precisamente aquellos que mejor expresan y reflejan la legitimidad democrática que se ha ido construyendo en los años posteriores a la década infame. Recogen el sentimiento mayoritario de la población peruana y sobre todo, permite a la ciudadanía esclarecer la real valía del compromiso que supuestamente asumen los finalistas, en las reacciones que en ellos genera la propuesta. Asimismo, el grado de aceptación o rechazo que genere la propuesta de PPK en los demás participantes del proceso electoral nos indica el talante que los anima: si los demás participantes democráticos consideran que pueden ir a una alianza u otorgar un apoyo dejando de lado la resolución de los puntos contenidos en la agenda propuesta por PPK, es que entonces habrán demostrado que para ellos la defensa de la democracia no es sino el arribo de un sentimiento personal que puede ser satisfecho a espaldas de lo que demanda la ciudadanía y en ello veremos la confirmación de que realmente no tienen la talla suficiente para pretender reclamar para sí el título de defensores de la democracia peruana.
 
Si el primer peldaño al buen gobierno es la transparencia y compromiso, pues la propuesta de PPK constituye el primer, necesario y saludable paso hacia la práctica de dicho hábito, lo cual interpela al conjunto del sistema político peruano: ¿Están dispuestos todos a asumir la agenda, sin dobleces ni medias tintas? El respeto a los derechos humanos, el combate a la corrupción, la preservación de la democracia, no conocen medias tintas y el esfuerzo para incorporar de una vez por todas a la población postergada debe ser permanente y dentro de un Estado Democrático y Social de Derecho que, según hemos visto, no es cosa de palabrería.
 
Lo que la propuesta nos dice en otras palabras es: “Peruano, hagamos patria de modo tal que públicamente, con honestidad y sin descanso, defendamos aquello que de bueno pueda existir en nuestro pueblo, pues ello es muy superior a nuestros defectos y problemas”.
 
Ustedes, conciudadanos, mujeres y hombres de buena fe, animados en el sentimiento de justicia, de tesón y que desean un mundo mejor para nuestro país y un mejor futuro a nuestros hijos, ¿Están con dicha propuesta? ¿Apoyarían la realización de dichos puntos? ¿Se comprometen a sostenerla contra quien intente impedir su plena realización?

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